miércoles, 13 de julio de 2011

Elecciones porteñas 2011 - 1

Los Histéricos por Martín Gómez



Se ha desatado la cultura de la sinceridad absoluta. Probablemente, se deba a la extensión de Internet y a la facilidad que hay para transmitir y para decir casi cualquier cosa impunemente. Se dicen muchas cosas y de todos los calibres, y la justificación más escuchada es la de ser un calentón, la de ser apasionado, y se acabó. Se habla a nivel público igual que a nivel doméstico, sin distinguir posición ni cargo. Aníbal Fernández es de ese palo. Luego de la victoria de Mauricio Macri con casi el 50 % del electorado a favor, Aníbal apareció enloquecido, gritando que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, y agravios diversos hacia la Ciudad. 

 Dejando de lado lo bueno o malo que haya en Macri y en el Gobierno Nacional, las elecciones pusieron a flote, nuevamente, el clima de irritación inútil en el que se vive, de representación de una discusión, porque, en realidad, nadie discute con nadie, lo único que se aprecia superficialmente son tipos atrincherados detrás de sus pupitres, tirándose tizas. Las discusiones han sido cambiadas por insultos y chicanas. Hay un mayor interés por la cosa pública, pero es mentira que haya interés por la política. El kirchnerismo supo explotar muy bien el vacío de ideales de, por lo menos, cuatro generaciones, pero lo llenó de consignas y palabras viejas; no hay espíritu revolucionario ni reformista, es un montón de lugares comunes fáciles de reproducir. Y si en un momento fue el campo y en otro los medios, ahora son los porteños, la cuestión es apuntar la bronca hacia algún lado. Más que de toma de conciencia, todo huele a catarsis. Que no puede ser que hayan votado de nuevo a Macri, que no saben votar, que ese es el pensamiento del porteño acomodado, todo dicho y escrito con la mayor desesperación, como si las razones fueran unas pocas, y como si estuvieran estudiando a un enfermo mental que no sabe lo que hace. Así que desde el bastión de lo popular se terminó rebajando al pueblo y a la masa, que es la que no tiene capacidad para decidir correctamente, que seguro lo dejará de ser cuando Cristina sea reelecta en octubre por la mayoría del país, según dicen las encuestas. Lo que ocurre es que para unos cuantos, pueblo es un concepto difuso que expulsa e integra personas según la conveniencia del momento. 

 Y de nuevo salió Aníbal, ahora responsabilizando a los grandes medios por el triunfo de Macri, como si tuvieran algún tipo la culpa judicial de instalar un gobernante a la fuerza, y como si se votara en tiempos anteriores a la Ley Sáenz Peña. Por supuesto que no tomó en cuenta la otra gran cantidad de medios que si apoyan al Gobierno y lo hacen saber todos los días. A último momento se sumó Fito Páez y su nota de Página 12 para decir que la mitad de la Ciudad le da asco, e hizo la fácil equiparación del votante de Macri con el tipo que tiene su pesito en el bolsillo, que concurre a confiterías y que vive cuidando su vida lo más tranquilo posible, algo que bien lo podría caracterizar a él. ¿No es que los que quieren reelegir a Cristina, entre otras razones, lo hacen porque hoy pueden tener un peso más en el bolsillo que en otros tiempos? No, Páez quiere creer que todo el mundo sigue el proyecto por fuertes convicciones. Se ha forzado a tal punto la creencia de que han vuelto los grandes ideales que cualquiera se cree con derecho a refregarle por la cara un discurso humanista y bienpensante a cualquier otro. Y en lugar de pensamiento hay exposiciones para tirarle pelotitas a un gorila y  6 7 8 armando un show con retazos de videos para quedar bien parados. Esto no es malo, no todo tiene porque ser tan severo, pero creer que hay que dar la vida en momentos que no nos persigue ningún ogro, es porque hay muchos empeñados en inventarse un monstruo para llenar un vacío interior, y ahí pasamos de la discusión política a la histeria. De ahí a la intolerancia, luego a la paranoia, y, en definitiva, a creer que el otro es un idiota que no debería votar. No, tampoco estamos en el Apocalipsis, todo este agite es berreta y se extingue al segundo, no revoluciona ni involuciona, es una marca de pertenencia a un grupo, es sentirse del lado de los buenos, es saldar culpas por el sufrimiento de otros, tal vez, y a un precio de oferta. La misma gente que desde los foros se desgañita por el triunfo del PRO es la misma que, luego, desprecia a la masa y va a los cafés que tanto odia Fito. La sinceridad absoluta, sin medida, puede ser peligrosa.

Guste o no, Macri salió favorecido sin agitarse demasiado, mientras que el Frente para la Victoria se cansó demasiado gesticulando. Creían oponer ideas, conceptos fuertes, apelaciones a lo popular frente a la estética light de Macri, pero eso no era nada más que histeria, tan vacía como los globos amarillos, pero sin un gramo de placer.


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